La radicalidad de un “otro” está innegablemente definida por el entendimiento que tenemos de los no humanos. Todas las discriminaciones arbitrarias comparten la misma lógica: que el tener la posibilidad de apropiarse de otro es suficiente para hacerlo. En términos simples, que tener el poder es tener la razón. Siguiendo dicho lineamiento hablamos, con menor o mayor conocimiento, sobre los humanos refiriendo a los animales. Apuntamos a atributos positivos o negativos, en general la denostación es femenina (perra, víbora, zorra) y el reforzamiento es masculino (lobo, león, tigre). Que la manera más común de animalizar negativamente a alguien sea recurriendo a ejemplos femeninos, no es en absoluto azaroso. A este respecto, se debe considerar la distinción brutal que por siglos significó no ser hombre para cientos de miles de mujeres alrededor del mundo; mujeres imposibilitadas sólo por el hecho de ser sí mismas, a estudiar y trabajar, y a participar en política. En definitiva, a formar parte de manera activa e integral las sociedades en las que vivieron. ¿Pero cuál sería la relación entre el menosprecio hacia los animales y hacia las mujeres en la cultura occidental? Este texto busca dar indicios para esa pregunta. Y de paso, abrir un espacio para la profunda-y poco atendida cuestión, en el contexto latinoamericano- discusión que amerita la animalización reforzativa y denostativa en los tratos entre seres humanos.